• El hoyo estaba lejos, Mauro Rugolin debía dar un gran golpe con destreza. Él sabía que era capaz, muchas veces había visto a Tiger hacer lo mismo. Esa tarde, una gran muchedumbre había ido a verlo y todos esperaban presenciar su magnífico drive. Separó sus pies exactamente como era debido. En perfecta sincronización, comenzó una rotación de hombros y cintura estabilizando un poco más la rodilla derecha. Primero, miró un instante su lejano objetivo mientras esbozaba una pequeña sonrisa de suficiencia. Continuó su impecable movimiento fijando con la vista la pequeña pelotita. Quedó inmóvil algunos segundos y con toda sus fuerzas… ¡asestó un terrible golpe levantando un enorme pedazo de tierra! La pelotita jamás fue encontrada, pero el pedazo de tierra fue a parar sobre la cabeza del árbitro, quien tuvo que ser hospitalizado con un formidable hematoma en el ojo izquierdo.
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    Obra realiza por Parastone de su colección Profisti. Pieza singular que destaca por su acabado y numerosos detalles.   profisti-24.medium
  • El hoyo estaba lejos, Mauro Rugolin debía dar un gran golpe con destreza. Él sabía que era capaz, muchas veces había visto a Tiger hacer lo mismo. Esa tarde, una gran muchedumbre había ido a verlo y todos esperaban presenciar su magnífico drive. Separó sus pies exactamente como era debido. En perfecta sincronización, comenzó una rotación de hombros y cintura estabilizando un poco más la rodilla derecha. Primero, miró un instante su lejano objetivo mientras esbozaba una pequeña sonrisa de suficiencia. Continuó su impecable movimiento fijando con la vista la pequeña pelotita. Quedó inmóvil algunos segundos y con toda sus fuerzas… ¡asestó un terrible golpe levantando un enorme pedazo de tierra! La pelotita jamás fue encontrada, pero el pedazo de tierra fue a parar sobre la cabeza del árbitro, quien tuvo que ser hospitalizado con un formidable hematoma en el ojo izquierdo.
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  • "¡Glamour! Eso, eso, seducción. ¡Clic! Otra, así, así, insinuando una sonrisa a lo diva, embrújeme, ponga ojos de mujer fatal. ¡Clic! ¡Clic! ¡Clic! Ahora con mirada lasciva, observe el objetivo. ¡Clic! ¡Clic!...Vale, otra. ¡Clic! ¡Clic!”. "Bueno, basta, basta", dijo la modelo cansada de tanto trajín. "Pero mamá –respondió Alberto Maccagno–, si no practico contigo, nunca voy a llegar a ser fotógrafo de modas". "¡Pero yo ya estoy harta de tanto flash, se me están chamuscando las pestañas!", dijo la señora mientras se secaba el sudor con el paño de cocina y salía para continuar con la sopa de puerros que había dejado sobre el fuego. "Así no hay manera, el mundo no me entiende", pensó Alberto. Justo en ese preciso momento, pasó su abuela por delante de la puerta… "Abuela, abuela, venga, venga, siéntese en este banquito…"
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    Luis odiaba las recetas. Tratar de descifrar la incomprensible letra de los médicos lo ponía sumamente nervioso. “Dos comprim… no, dos frascos por día… no, no, dos… ¡Pero qué cuernos dice esta maldita receta! A ver, me tengo que tranquilizar… respirar profundamente como me explicó mi profesor de yoga, entrecerrar los ojos, acordarme de mis estudios de pictogramas y jeroglíficos Maya y sobre todo no ponerme nervioso. Acá me parece que dice algo que termina en tricnina, no, en xiline… ¡Pero dónde aprendió a escribir este salvaje! Media cucharadita de Mnncbli…, no Mencbli… ¡Quién me mandaría estudiar farmacia! Bueno… yo a éste le doy un jarabe para la tos, dos tubitos de aspirina, que no le hacen mal a nadie y asunto terminado” -El siguiente, por favor.
  • Ya me lo había dicho el instructor de esquí: "Tiene que bajarse en la primera estación del funicular". Pero no, no le hice caso y aquí estoy… en la última parada, en una pista negra, mirando desde lo alto de la montaña, con los ojos desorbitados, esa interminable pendiente a 45 grados. Una gota de sudor se desliza por mi frente convirtiéndose en estalactita en la punta de mi nariz. Dos jovencitas me miran, no puedo echarme atrás, pongo cara de "esto es fácil para mí", me calzo las antiparras, inclino el cuerpo hacia adelante, planto los bastones en la nieve y salgo disparado. Al día siguiente, en la habitación 215 del Hospital del Valle, abrí el único ojo que podía y vi a cinco doctores a mi alrededor sorprendidos al verme despierto. "Nunca se ha visto a nadie bajar una pendiente a tal velocidad", dijo uno de ellos. Un enfermero me pidió hacerse un selfie conmigo. Parece que soy una celebridad.
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  • En el Hospital de Rosario todo el personal masculino sufría de tortícolis. La dirección de la entidad decidió entonces realizar una minuciosa investigación y logró descubrir que la causa era el meneo de caderas de la Doctora Evangelina González, que con sus amplios escotes y vestidos ceñidos al cuerpo hacía torcer el cuello a todo el personal masculino, salvo a Toni, el enfermero, cuyo gusto por el sexo opuesto era toda una utopía. Las autoridades después de haber sugerido a la doctora más recato en su sugestivo andar y de que ésta hiciera caso omiso de ello, decidieron trasladarla a otra unidad. A los quince días no hubo más casos de tortícolis, tampoco médicos ni pacientes pues todos habían seguido a la doctora. El único que conservó su puesto fue Toni.
  • En el Hospital de Rosario todo el personal masculino sufría de tortícolis. La dirección de la entidad decidió entonces realizar una minuciosa investigación y logró descubrir que la causa era el meneo de caderas de la Doctora Evangelina González, que con sus amplios escotes y vestidos ceñidos al cuerpo hacía torcer el cuello a todo el personal masculino, salvo a Toni, el enfermero, cuyo gusto por el sexo opuesto era toda una utopía. Las autoridades después de haber sugerido a la doctora más recato en su sugestivo andar y de que ésta hiciera caso omiso de ello, decidieron trasladarla a otra unidad. A los quince días no hubo más casos de tortícolis, tampoco médicos ni pacientes pues todos habían seguido a la doctora. El único que conservó su puesto fue Toni.
  • El doctor José Batle era una eminencia. Sus diagnósticos, siempre acertados, habían salvado la vida a cientos de personas y le habían granjeado la admiración de la alta sociedad. Todo le sonreía en la vida hasta el día en el que llegó a su consultorio la actriz más famosa de Hollywood, la despampanante Marilyn Hayworth, que había sufrido una torcedura del dedo meñique. El doctor Batle hizo desvestir inmediatamente a la paciente para asegurarse de que no tenía secuelas en ninguna otra parte del cuerpo. Luego de un profundo y minucioso examen, comprobó… que se había enamorado profundamente de ella. La diva agradeció las atenciones prestadas y salió del consultorio dejando en el aire un sugestivo perfume de camelias. Desde ese día, el doctor Batle no hace más que pensar en la gran Marilyn y esperar que se tuerza otro dedo para poder practicarle un nuevo examen, más profundo todavía.  
  • Figura de Doctor

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    El doctor José Batle era una eminencia. Sus diagnósticos, siempre acertados, habían salvado la vida a cientos de personas y le habían granjeado la admiración de la alta sociedad. Todo le sonreía en la vida hasta el día en el que llegó a su consultorio la actriz más famosa de Hollywood, la despampanante Marilyn Hayworth, que había sufrido una torcedura del dedo meñique. El doctor Batle hizo desvestir inmediatamente a la paciente para asegurarse de que no tenía secuelas en ninguna otra parte del cuerpo. Luego de un profundo y minucioso examen, comprobó… que se había enamorado profundamente de ella. La diva agradeció las atenciones prestadas y salió del consultorio dejando en el aire un sugestivo perfume de camelias. Desde ese día, el doctor Batle no hace más que pensar en la gran Marilyn y esperar que se tuerza otro dedo para poder practicarle un nuevo examen, más profundo todavía.
  • Figura de Doctor

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  • Paquita Gutiérrez le tenía terror al dentista. Hacía días que una muela estaba torturándola. Primero pensó que sería algo pasajero, luego probó con todos los analgésicos que encontró en el botiquín. Al tercer día fue a hablar con doña Carmen, la vecina que curaba con la palabra. Al quinto día no resistió más y pidió cita con el eminente dentista Dr. Salomón Mimran, cuya fama de excelente profesional se había extendido por todo París. Paquita, con la cara deformada por la enorme hinchazón, se sentó en el sillón del consultorio como si se tratara de una silla eléctrica. “¿Octor, e a oler?”, preguntó Paquita con la voz deformada por la inflamación. “No señora, no le va a doler”, mintió el doctor, está en buenas manos. “A ver… abra la boca y veamos ese molar estropeado” “Ero… si la engo ahierta”, dijo la señora de Gutiérrez. A la cuarta inyección, la anestesia comenzó a hacerle efecto. Sintió que su lengua era un trapo. Quiso decir algo pero sólo le salieron sonidos guturales. El Dr. Mimran pensó que iba a ser fácil, pero cuando se le rompió la segunda pinza de extracción empezó a dudar. “Relájese, que todo va bien”, volvió a mentir el dentista, mientras colocaba un pie sobre el hombro izquierdo de la paciente para hacer más fuerza. Paquita Gutiérrez se arrepintió de no haber hecho su testamento a tiempo. Después de cuarenta minutos de lucha y tras un esfuerzo sobrehumano, el doctor logró extraer la muela rebelde. Con orgullo, la miró fijamente y… empezó a sentir que un sudor frío le corría por la nuca. “A ver, abra la boca…”, dijo tembloroso el dentista, viendo que la muela que tenía en la pinza era un premolar completamente sano.
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  • Paquita Gutiérrez le tenía terror al dentista. Hacía días que una muela estaba torturándola. Primero pensó que sería algo pasajero, luego probó con todos los analgésicos que encontró en el botiquín. Al tercer día fue a hablar con doña Carmen, la vecina que curaba con la palabra. Al quinto día no resistió más y pidió cita con el eminente dentista Dr. Salomón Mimran, cuya fama de excelente profesional se había extendido por todo París. Paquita, con la cara deformada por la enorme hinchazón, se sentó en el sillón del consultorio como si se tratara de una silla eléctrica. “¿Octor, e a oler?”, preguntó Paquita con la voz deformada por la inflamación. “No señora, no le va a doler”, mintió el doctor, está en buenas manos. “A ver… abra la boca y veamos ese molar estropeado” “Ero… si la engo ahierta”, dijo la señora de Gutiérrez. A la cuarta inyección, la anestesia comenzó a hacerle efecto. Sintió que su lengua era un trapo. Quiso decir algo pero sólo le salieron sonidos guturales. El Dr. Mimran pensó que iba a ser fácil, pero cuando se le rompió la segunda pinza de extracción empezó a dudar. “Relájese, que todo va bien”, volvió a mentir el dentista, mientras colocaba un pie sobre el hombro izquierdo de la paciente para hacer más fuerza. Paquita Gutiérrez se arrepintió de no haber hecho su testamento a tiempo. Después de cuarenta minutos de lucha y tras un esfuerzo sobrehumano, el doctor logró extraer la muela rebelde. Con orgullo, la miró fijamente y… empezó a sentir que un sudor frío le corría por la nuca. “A ver, abra la boca…”, dijo tembloroso el dentista, viendo que la muela que tenía en la pinza era un premolar completamente sano.
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  • “¡Una milanesa a la napolitana, una, para la mesa cinco!”, gritó el camarero en dirección a la cocina donde se encontrabael célebre Chef, Rodolfo Monti, probando su famosa receta de “Spaghetti a la putanesca con salsa de ortigas”. “¡Mmmh questo é eccellente, straordinario, splendido, incomparabile!”, se extasiaba el cocinero mientras un largo spaghetti “al dente” desaparecía, ruidosamente aspirado, dentro de su boca. ¡Dos lasañas a la boloñesa, dos, para la siete!”, volvió a gritar un nuevo pedido el maître d’hotel. “¡Aspetta un po’, io non sono una macchina!”, se enojaba el maestro mientras probaba un sexto spaghetti chorreando jugo. “¡Humm, questo è incommensurabile, squisito, eccezionale, favolosi!” repetía con la boca llena al mismo tiempo que mojaba un trocito de pan en la preciada salsa y se limpiaba los bigotes con el revés de la manga.  
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  • “¡Una milanesa a la napolitana, una, para la mesa cinco!”, gritó el camarero en dirección a la cocina donde se encontrabael célebre Chef, Rodolfo Monti, probando su famosa receta de “Spaghetti a la putanesca con salsa de ortigas”. “¡Mmmh questo é eccellente, straordinario, splendido, incomparabile!”, se extasiaba el cocinero mientras un largo spaghetti “al dente” desaparecía, ruidosamente aspirado, dentro de su boca. ¡Dos lasañas a la boloñesa, dos, para la siete!”, volvió a gritar un nuevo pedido el maître d’hotel. “¡Aspetta un po’, io non sono una macchina!”, se enojaba el maestro mientras probaba un sexto spaghetti chorreando jugo. “¡Humm, questo è incommensurabile, squisito, eccezionale, favolosi!” repetía con la boca llena al mismo tiempo que mojaba un trocito de pan en la preciada salsa y se limpiaba los bigotes con el revés de la manga. Fabricadas en resina de poliuretano. La caja de presentación, envuelta en el periódico "The Forchino Times", comprende una autobiografía del artista y una selección de fotos de la colección Forchino. Un certificado de autenticidad completa el conjunto. Dimensiones: 19 x 18 x 41 cm. Serie Limitada. Edición Numerada
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  • Sacha se calzó las botas, cogió la escopeta, la gorra y el cinturón con los cartuchos. Su perro Tom, al verlo, empezó a saltar y correr por todos lados.“¡Querida, nos vamos de caza”, le dijo a su esposa entrecerrando los ojos. Y con aire suficiente agregó: “Esta noche cenamos pato”. Al cabo de seis horas en la laguna y luego de haber vaciado la caja de municiones, probado con un tirachinas y con cuanto palo y piedra encontró en su camino, no hubo caso, no logró cazar un solo pato. Por suerte el supermercado del pueblo estaba abierto. Esa noche cenaron un exquisito pollo de corral.
  • Louis-Philippe de Cabernet Sauvignon introdujo con delicadeza la punta del tirabuzón, exactamente en el centro del corcho de un burdeos milésima 1990. A pesar de que la emoción le hacía temblar el pulso, retiró delicadamente el tapón y un característico sonido de descorche hizo eco en las paredes de la bodega. Miró el estado del mismo, lo olió y una leve sonrisa iluminó su rostro. Sirvió suavemente el preciado líquido en una copa de cristal, la elevó ligeramente para apreciar su contenido límpido y brillante, de color rojo cereza intenso, con reflejos rubí y ribetes de teja oscura. La acercó a su nariz, cerró los ojos, sintió explotar aromas de chocolate, vainilla, trufas, maderas aromáticas, cueros de increíble elegancia y una gran expresión varietal. Llevó el preciado líquido a sus labios, tomo un sorbo y… se dio cuenta de que había olvidado enjuagar la copa dejándole un resto del detergente que le dio al vino un fino gusto a jabón de tocador con aromas a espray para toilette y un bouquet de productos de limpieza bien equilibrados, de gran complejidad y armonía.

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